Nos preocupamos de los dientes, los ojos, y otras partes del cuerpo de nuestros hijos. Les enseñamos a lavarse, cepillarse y asearse, pero ¿y acerca de sus pies?
El pie del niño se caracteriza por una gran flexibilidad, que a lo largo de todo su crecimiento, va pasando por una serie de etapas de desarrollo, que es necesario conocer, y precisan de buena atención para asegurarse de un crecimiento sano.
Tener una buena pisada garantizará un mejor desarrollo psicomotriz y favorece la práctica deportiva, siendo la educación podológica, la educación postural y la elección de calzado conforme a su edad, sin olvidar las normas de cuidado diario, las que marcarán un importante seguro de salud.
Primeras revisiones podológicas, ¿A qué edad se recomiendan?
Cualquier edad es buena, no hay que tener ninguna patología para hacerlo, simplemente asegurarse de que la evolución y el desarrollo son adecuados. Una evaluación precoz puede ayudar a evitar la consolidación de futuras patologías permanentes en la edad adulta, realizando tratamientos correctores y preventivos.
Si bien, es cierto que existe tendencia a desaconsejar cualquier tratamiento del pie del niño hasta que no cumpla cierta edad o incluso que ciertas patologías se corrigen por sí solas con el tiempo, hay que tener en cuenta que ciertos problemas podológicos tienen mejor pronóstico si son tratados a tiempo.
La salud de sus pies ¿Qué debería preocuparme?
Es importante cuidar y observar los primeros sus pasos por si detectamos cualquier anomalía, si tarda mucho en comenzar a caminar, observar si cae o tropieza continuamente, si camina con las puntas de los pies hacia dentro o hacia fuera y si los vuelca hacia dentro, si se cansa mucho al caminar o correr con respecto a sus compañeros, si camina de forma “rara”, posición de las rodilla si están en forma de X, forma de los dedos…
También hay que prestar especial atención si alguno de los padres ha tenido o tiene algún problema. Existe cierta predisposición a que un niño con antecedentes familiares de, por ejemplo, pies planos, tenga pies planos.
No obstante, no olvides, que una atención periódica y un cuidado regular de los pies puede minimizar problemas en la edad adulta.
Estudio podológico ¿En qué consiste?
Consiste en un reconocimiento minucioso mediante diferentes tests en estática y dinámica, que valora la biomecánica del pie del niño, su movimiento, morfología, su crecimiento y como puede repercutir en otras partes del cuerpo –piernas, rodillas, caderas, espalda- en el desarrollo de patologías futuras.
Una exploración en profundidad que puede detectar un defecto o una condición subyacente que puede requerir tratamiento inmediato o consulta con otro especialista.
Patologías infantiles ¿Cómo se corrigen?
El pie del niño se puede corregir cuando presenta afecciones, mediante elementos ortopodológicos (plantillas, correcciones en el calzado, correctores de silicona, férulas, etc.). Pero no todos los niños necesitan ortesis. Muchas veces es suficiente con una pauta de ejercicios correcta, una corrección de hábitos posturales o incluso una combinación de tratamientos.
Hay que tener en cuenta que, en el caso de necesitar plantillas, éstas nunca sustituirán a la realización de determinados ejercicios que ayuden a tonificar ciertos grupos musculares, y que en niños todo tratamiento actúa por acumulación de tiempo, es decir, a mayor uso mejor corrección, nada cura por arte de magia.
Calzado ¿Cuál es el adecuado?
A grandes rasgos diremos que hasta que el niño comience a caminar, el calzado es innecesario. Será solamente de protección, incluso un calcetín o patuco puede ser buena elección ya que es importantísimo que no reciba ninguna presión.
Una vez comienza a caminar el calzado deberá adaptarse al pie, sin limitar su movimiento con suelas flexibles. A partir de ahí la clave está en adaptar el calzado a sus actividades, cada vez menos flexible sin llegar a ser rígidos, y con algún tipo de contrafuerte en el talón. Es importante hacer hincapié en que un calzado inadecuado puede deformar fácilmente el pié o agravar patología existente. En ningún caso el zapato debe suplir las funciones del pie.